Así, sin estridencias,
silenciaste tus días,
batiéndote a duelo con la vida.
Una tarde velada de invierno,
mezquina de luces y de trinos,
abriste una herida ardiente con el vuelo.
Pero con la partida supiste erigir
la flor blanca del ejemplo
en la sangre que anida tus recuerdos.
Juntos lográbamos pintar la vida
con la textura de los sueños…
(ecos, que sin latido, aún palpitan).
Buscábamos la esperanza,
y la proyectamos en tu espejo.
Soñábamos con la felicidad,
y la hallamos en el amor eterno.
Liana Friedrich-